Feliz No-Cumpleaños, Amelie

Amelie, ¿sabes que te imaginé por primera vez hace más de tres años? Te escribí un día de septiembre, después de tener un flash súbito de ojos grandes y maravillados observando con fascinación una cajita musical.

Te he escrito en tres historias, siempre con un diferente nombre (y, ¿recuerdas, Amelie, cuando sólo eras «la niña»?), y te he imaginado millones de veces, pero nunca me he atrevido a dibujarte. Comenzaba apenas mi obsesión con los nombres en francés, allá cuando te traje del mundo de mi mente, y, si somos honestas, siempre te he imaginado con los colores del espíritu de mi hermana: brillante, pequeña, de cabello rizado y castaña. Varías a veces, dependiendo de la historia, pero en mi mente y corazón siempre te ves igual.

Hoy no es un día especial en cuanto a celebraciones tradicionales, ni un aniversario o una fecha significante. Pero existes, pequeñita, en un espacio del mundo. Te escapaste de mi mente y saliste al sol.

Feliz no-cumpleaños, querida mía.

Hush (Hide)

Irónico que cuando más tengo sueño, más me entra el terror a dormir.

(Y además se me sale el espanglish. ¿Tienen idea de lo difícil que es editar cosas en español mientras piensas en inglés a las cinco de la mañana? Oh, mis pobres verbos. Los estoy butchereando asesinando, lenta y dolorosamente.)

Las tres

Irene tiene pelo rojo y ojos que se ríen cuando tiene el rostro bajo el sol. Le gusta recostarse en el césped, sostenerse de las hebras verde brillante como una caravela perdida buscando dónde anclarse. Sonríe despreocupada cuando camina por la calle, canturreando sin molestarse que no tiene oído musical y acariciando las paredes mientras corre tarde para clase. Le gusta el té helado y andar con zapatillas de tacón, y girar y girar como bailando con música imaginaria.

Alice es callada como boceto sobre papel, anda escondida entre sombras pero sonríe cual estrella blanca cuando atrapas su mirada al girar alguna esquina. Le gustan los estanques y andar descalza por su casa, pero es casi imposible verla -lo más que consigues casi siempre es un vistazo de listones y vuelos de vestido azul celeste-, a menos que sea tarde de lluvia y la encuentres mirando las gotas jugar a las carreras en la ventana. Tiene ojos pensativos y es de piel pálida contra su cortina de pelo negro como la luna en una noche nublada, y vive mirando al horizonte con aire de Penélope en espera por Ulises.

May pasa el rato caminando entre las nubes, buscando espejos que viajen a mundos especiales y cerrando los ojos a la realidad, agarrada de la mano con sus sueños de la infancia. Ronronea y medio sonríe cuando se le alborota el corazón, y parpadea como dormida cuando la atrapas soñando despierta. Le da miedo la vida en general y le gusta coleccionar historias y apodos, y a veces le asusta quién es, y en quién va a convertirse.

Pero entonces ‘Irya’ le salta encima, alborotándole el pelo castaño, y May se la sacude y se deja caer sobre el regazo de Alice con un suspiro dramático, sacándole una sonrisa de la hermana grande que no es, y las tres se ríen, distintas pero iguales, sin que importen tanto las diferencias como el hecho de que están juntas, hasta el final de la historia.

Más

Protegido: Pies descalzos, sueños blancos

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Nunca te lo he dicho, pero a veces me pones a temblar como una hoja. Me intimidas y no sé por qué, porque tú no eres cruel, nunca me has tratado mal, pero tienes el poder de hacerme daño. Mucho daño. Y ni siquiera tienes idea, lo cual sólo lo hace peor, sólo lo hace más fácil. Con un par de palabras o un rato de silencio me puedes dejar trastornada por horas, ansiosa y deprimida y ni siquiera te darías cuenta.

Hay veces que quisiera odiarte. Sería tan, tan fácil; mi vida sería infinitamente menos complicada si tú no fueras un factor, pero por alguna razón no puedo obligarme a hacerlo. Hay ratos en que me irritas, sí; hay ratos en los que me vuelvo un torbellino de indignación, hay momentos en que el resentimiento contra ti se vuelve un maelstrom en el medio de mi cabeza y de mi corazón y sólo quisiera verte ahogado, verte sufriendo, verte pidiéndome misericordia -pero soy una mujer, después de todo, y sólo soy humana, y la capacidad para la crueldad cuando nuestro orgullo está en juego es probablemente la cosa más peligrosa en todo el mundo-. Después, en momentos de calma, cuando la tormenta se aclara, me siento culpable por todas las cosas que pensé, pero hay ratos en los que sí, quisiera nunca haberte conocido.

Y la verdad, nunca sé que pensar de ti. Me confundes y me tienes en un estado de constante sorpresa, con tus ideas y con tus sueños, con lo fácil que es adivinarte a ratos sólo para que inmediatamente salgas con algo que parece de otra dimensión. Pero incluso así, creo que no me arrepiento de ser tu amiga.

Seis grados de separación

Y no es que me esté quejando ni nada, pero ya va para media hora y sigo sin dejar de temblar, sentada en el piso con mis pedazos de lápiz roto en la mano.

World enough, and time

Siento que voy para atrás. Como terminando un ciclo, pero no entiendo de qué- todas las cosas están poniéndose demasiado parecidas a como eran antes… Pero, ¿antes de qué? Es como andar por una playa a la que fuiste de niño, casi sin memorias pero topándote con cosas que definitivamente ya habías visto, y a mitad de la caminata te das cuenta de que las caracolas que traes en la mano son las mismas que estaban en tu ventana cuando pequeño, años y años atrás.

A veces

A veces me dejo caer en la cama y me pongo a recordar. Pienso en las cosas que nos decíamos, en lo que recuerdo (y en lo que casi no); pienso en tus ojos y tu boca y en las mariposas rebeldes, azules que me alborotabas en el estómago.

A veces me río sola, porque el mundo me recuerda a ti. Y cierro los ojos, saboreando el limón de mis sonrisas privadas, incluso aunque más que cítrico tenga gusto a sol y mar (salado, como tu piel y como llanto), pero no puedo dejar de pensar en limonada por culpa de lo agridulce de las ideas.

A veces me quedo contando los días, sumando y restando y tratando de pensar, ¿cuánto tiempo duré queriéndote?, y siempre me asusto, siempre cambio el tema. A veces me dibujo mapas en la piel, en busca de algún camino que me dejaras en alguna parte, pero me muerdo el labio y deshago las líneas como la lluvia sobre calles de tierra.

A veces oigo canciones y pienso «me equivoqué». A veces medio escribo cartas, poemas entre cafés, y a veces garabateo tu nombre, tus ojos, tu sonrisa fácil y tu risa oscura en servilletas en el desayuno, pero nunca suena igual, nunca logro acabar de creérmelo, y me levanto de la mesa dejando atrás mis pedazos de memoria.

También, a veces, quiero llamar. A ver si de verdad existes, o solo eras una mentira. Quién sabe, soy bastante rara, y capaz y solo te imaginé. ¿De verdad hay gente con aroma a sol?, me pregunto, ceño fruncido y mordiéndome la boca, porque nunca he encontrado a otra persona que se parezca lo suficiente.

Probablemente porque no me atreví a buscar.

Culpa

Ciérrame los ojos y átame las manos,
amordaza mi conciencia y bésame los labios.
Limpia mis memorias, tu recuerdo las ha manchado,
dame un último suspiro y nunca vuelvas a mi lado.

Distracción [Cuentos Inconclusos – III]

En algún punto se dio cuenta de que había dejado de guiarse por las horas y los minutos, pero no sabría decir el momento exacto en que ocurrió, sólo que su mente medía el tiempo por el movimiento rítmico del péndulo –un tic tac alterado que probablemente usaba dos segundos y medio para ir de derecha a izquierda- en vez de con su reloj. Lamentablemente, más o menos cada diecisiete tics, el péndulo terminaba por caerse –hay que repararlo, pensaba cada vez que lo encontraba en la mesa y tenía que detenerse a colgarlo de nuevo, pero siempre olvidaba hacerlo-, y, para ubicarse con más detalle, estaba el gato: tres comidas al día, a eso de las ocho, las catorce y las veinte; mimos cada dos o tres horas y, todas las noches, un platillo con leche junto a la puerta antes de dormir.

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